A la vista de la documentación conservada queda patente que el Teatro de Rojas tuvo su verdadera matriz en el proyecto de L. Antonio Fenech de 1866. Aquí ya se proponía aumentar el solar de la vieja casa de comedias y magnificar el acceso a la plaza Mayor a través de un cuerpo avanzado que contenía unos arcos de entrada, una galería superior y diferentes estancias para la administración del teatro. La sala se diseñaba a la italiana y con referencias francesas de la opera de París debida a Garnier, es decir una planta de herradura rodeada de palcos y tres niveles superiores. La caja escénica tendría unas generosas dimensiones, equiparables al hueco de la sala general, llevando tras el escenario los almacenes, camerinos y otros servicios auxiliares con entradas independientes y directas a la calle del Coliseo.
Amador de los Ríos partió del esquema precedente si bien realizó algunos cambios de interés. En primer lugar replanteó la cota general del edificio lo que supuso crear una escalinata ante la facha principal, además de eliminar el pórtico saliente. Sin embargo, mantuvo dos ejes quebrados en la planta del teatro: uno el que se organiza desde la calle hasta el vestíbulo y otro, no perpendicular al primero, girado hacia la derecha, que articula sucesivamente la sala, el escenario y la zona de servicios. Frente al esquema más simplista de Fenech, los espacios interiores que hay entre la entrada y la sala de butacas se compartimentan con una escalera general más —de las dos que inicialmente se preveían—, vestíbulos o “foyers”, guardarropas, tocadores, salones para fumadores, café, etc., percibiéndose una decoración a base de elementos platerescos y barrocos que contenían estucos, molduras doradas, pinturas decorativas y un lienzo pintado sobre la sala a modo de los frescos barrocos del XVII.
Con la solemne inauguración del Teatro de Rojas, el sábado 19 de octubre de 1878, se enterraba el recuerdo de los populares y ruidosos corrales de comedias de siglos pasados. El nuevo coliseo combinaba la comodidad de los espectadores con las exigencias dramáticas del espectáculo teatral y otras variantes escénicas como la ópera o la zarzuela enriquecidas a partir del barroco. Toledo se sumaba así al listado de las principales ciudades españolas que en la segunda mitad del XIX alzaban flamantes salas en los centros urbanos, convertidos en verdaderos templos laicos, dispuestos también para los encuentros sociales de la nueva burguesía en forma de juegos florales, tribuna académica, homenajes, actos cívicos, bailes y fiestas. A partir de 1896, con la irrupción del cinematógrafo, se iniciaría un nuevo rumbo en la vida del Teatro de Rojas similar a la de cualquier sala en otra ciudad, pues aquella mágica novedad facilitó que nuevos sectores de la sociedad —las clases más populares—, accedieran regularmente a un lugar creado para el esparcimiento público años atrás bajo un prisma de exclusividad y selección.