En Los brillantes empeños hay seis hermanos; unos libros; un pasado reinventado regularmente con palabras frías para que no se evapore; el recuerdo de un padre que ya no tiene rostro; un afuera que no se nombra y que no existe; un calor insoportable y una luna que si hablara, tendría todas las respuestas.
Los seis ahí, los seis huérfanos, en un puro presente que se devoran aunque no quieran, con “la inútil conciencia de que todo es en vano”.
Algo pasó con las palabras hace tiempo. Algo que no se nombra, porque se teme. Algo criminal, vergonzante. Por eso ahora se habla distinto. Se habla menos. Se hace silencio como si se hiciera música. Se lo compone. Y siempre que hace falta -y hace falta muchas veces- se usan versos clásicos como medicina, como redención...