La forma involuntaria en la que somos arrogados a la vida nos condena a deambular por la soledad, encerrados en un rostro y un cuerpo que nos es más que el resultado azaroso e irrepetible de un compendio biológico, una jugada de dados, una carta de presentación, algo sin esencia, sin alma, un contenedor de actitudes fisiológicas que contienen la protoilusión del "yo".
Este espacio escénico nos sitúa en un estado constante de alarma donde se impone una visión que quiere ser reinterpretada, filtrada y descodificada generando espacios infinitos en un área limitada a través de la acción y la luz, una luz que nos trae noticias y significados, una luz que se encuentra antes que la palabra, rebotando en nuestros sentidos y generando diferentes impulsos.