Salvo Castello, un empleado eficiente ha colaborado con firmeza en la ejecución de hechos atroces. Ha obrado por convicción, por rabia, por dolor; pero también por venganza. Se arrepiente. Pero queda en deuda.
Para saldar su deuda debe enfrentarse en su propia casa con hechos del pasado; fragmentos olvidados por voluntad, por obligación o por inercia.
La familia Sosa, afectada años atrás, renuncia a cobrarle a don Salvo los daños del pasado. No todos. Hay algunos que no se pueden perder en la memoria, ni sepultar en los terrenos del perdón.
Renunciar a la venganza como forma de justicia, no significa que los afectados no reclamen otras cosas. Piden, exigen. Tanto, que a veces la exigencia es tan insistente e inalterable que parece cruel, cercana a la venganza.