Corrían otros tiempos, donde lo vulgar y lo ordinario podía convertirse en extraordinario, donde imperaba la precariedad
Por la calle asomaba un sonido castizo a ritmo de couplé y pasodoble, entonces aparecían ellos, los gitanos con su carro, su teclado y su fiel cabra.
La cabra, que al compás de la música trepaba por una escalera, desafiaba las leyes de la gravedad, haciendo acopio y presumo de su equilibrio.
El público se arremolinaba alrededor de ellos, niños, jóvenes y mayores, todos con un denominador común, el asombro.
Después del excéntrico show, el domador con vara y platillo atraviesa entre los espectadores para recoger la voluntad.
De nuevo vuelta a vagar, en busca de otra plaza, de otra calle, de otro público al que cautivar.
Yo, soy “LA CABRA”