La soledad produce un cante lleno de desconsuelo, quizás arrebatado, quizás lleno de desasosiego, siempre amargo y desdichado. Esa voz, sin ropajes, será una voz en soledad. Pero esa voz, ese cante sensible se acompaña con un piano y deja entrever una soledad compartida. Un piano que mima el cante y potencia las sensaciones que éste provoca. Un piano con tanta experiencia flamenca que conoce los resortes y recursos del quejío. Piano y voz, desnudos, en un ambiente íntimo, pueden ser suficientes para evocar con delicadeza los sonidos de una orquesta sinfónica y hacer que el repertorio de la cantaora vuelvaa sonar a nuevo, en la intimidad del Café Alameda. Suficientes para que se haga la magia en las canciones eternas de Lole y Manuel, Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat o José Alfredo Jimé