Los humanos no dejan nunca de producir deseos. Pero, la mayoría de éstos se pierden en el espacio-tiempo, no llegan a su destino. De vez en cuando, los dioses deciden atenderlos. Se inmiscuyen en nuestras vidas como si de un juego de tratase. Deciden inventar a capricho, jugar con los personajes de esta historia, confundirlos, reírse de ellos y, finalmente, permitir que se extravíen por el sinuoso y oscuro laberinto de las debilidades humanas. Aunque hacerlo, implique asumir el riesgo de perderlos para siempre. Nada será en vano, si con ello, consiguen dar respuesta a la cuestión que subyace bajo ésta y otras historias; ¿están los humanos a la altura de eso a lo que llaman “amor”? Y los dioses… son, acaso, impermeables a las pasiones humanas?