La condena o la salvación depende de la mirada de los demás. Tres personas, una habitación, algo en común y la puerta cerrada. Una obra de teatro existencialista que no dejará indiferente al espectador.
Los protagonistas son sus propios verdugos. Han llegado a un lugar donde el tiempo no existe, es un eterno presente, sin cambios, angustiante y sofocante. La solución sería encerrarse en sí mismo, huyendo de la mirada del otro. Pero no los salva. Están condenados a escuchar los pensamientos del otro, cuya presencia se hace patente e insoportable.