Todo está preparado, el público está a punto de llegar, Federico García Lorca necesita remendar los agujeros de bala de su chaqueta, pero no consigue zurcirlos a tiempo. Y para más inri, el lugar está tan oscuro que no ve nada. Está nervioso porque quiere, como buen anfitrión, que todo salga bien en la noche que hablará de lo sombrío, de lo silencioso y de lo secreto, porque como dice él “hay genteque cree que cuando morimos, callamos”. Pero no. Esta noche se rebela e insiste: “Ya que no tengo una tumba, dejadme un escenario para contarlo todo”.