El fraile franciscano Raimundo Gómez, alias Juan Altamiras, en la cocina de su convento, mientras se prepara para la visita de Carlos III, rememora los acontecimientos más importantes de su vida: su infancia, marcada por los guisos de su madre quien le transmitió su amor por los platos populares; María, el primer y único amor de su vida, antes de su vocación religiosa; sus hermanos, quienes entre bromas y alguna que otra rivalidad le apoyaron para que se hiciera fraile. Una vida además marcada por la convicción de que nadie debía pasar hambre y que su misión como fraile era dar de comer a quien lo necesitara.