¿Y si hay alumnos que encuentran en el suspenso un refugio para no salir nunca al mundo real? ¿Y si el evaluador fuera sólo la otra cara de ese anhelo?
Un Instituto de Bachillerato venido a menos para adultos repetidores, donde se imparte un poco de cada materia y nada en profundidad, es invadido por elementos de gomería. Conviven ficheros y mesas de examen con neumáticos usados y una bañera llena de agua sucia para encontrar pinchaduras. Se siente en el aire el pegamento para emparchar ruedas que ya no resisten. Un baño roto por una promesa de reforma. Taladros que interfieren el clima evaluatorio. Desaprobar y permanecer ahí. Un grito de supervivencia en un choque absurdo entre diferentes universos dramáticos.